Gracias a un viaje familiar no voy a votar el 22 de noviembre. De todas maneras, me interesa sostener un debate que resulta muy importante para el futuro de nuestro país y para los sectores populares. Primero me gustaría explicar que votaría en blanco pero no considero hacerlo con una idea principista, ni lo hago por el solo hecho de no “ensuciar” mi conciencia. Lo hago por varias razones que vengo pensando desde 2002, quizás equivocado, pero creo que necesitamos confiar un poco más en nosotros mismos.
Estas instancias políticas suponen sumirse a la lógica de la Realpolitik, de la “opción debida” y de la militancia desesperada contra un enemigo común: la derecha. Este fantasma hoy es corpóreo y está convertido en partido político. Está encarnado en el PRO, Cambiemos y Mauricio Macri, pero es la misma fuerza política recalcitrante y parásitaria que, en nuestro país, vive de las clases medias y bajas desde hace 200 años y ya lo hace sin ningún reparo en exhibirlo. O quizás tiene algunos.
La derecha y la izquierda no son sólo diferenciaciones ideológicas, también son programas, intereses y valores distintos. Y en ese sentido, yo apuesto siempre a salirme del pragmatismo absoluto pero también del purismo intelectual y filosófico. O por lo menos, lo intento. Desde ahí estoy seguro de algo: este Ballotage es la definición exacta de dilema. Sea cual sea nuestra decisión colectiva o individual, quedará demostrado que no será la correcta. Desde los espacios de izquierda, de la orientación que sea y la definición política que tomen, ésta estará íntimamente ligada al fracaso de sus expectativas. Aquellos que votemos en blanco aspirando a denunciar una trampa electoral y que las diferencias entre Scioli y Macri son mínimas y que ninguna de las opciones fortalece el progresismo y la izquierda en la Argentina, no lo vamos a lograr. Asimismo aquellos que voten a Scioli, notando con razón, que la alianza con sectores de poder que lo sostiene le da al campo popular un resquicio donde respirar durante algunos meses y que Macri es la expresión acabada del poder concentrado en la Argentina, tampoco van a lograr que con su voto esto quede expresado.
¿Por qué este dilema?
Hagamos un poco de historia. Los 12 años de kirchnerismo, aparecen como un bloque, como una etapa de la historia argentina, como un “proyecto”. Pero lo primero que es importante observar son las particularidades de este “proyecto”, no porque sea mi intención lavar mis culpas o echar en cara culpas a otros, sino porque es necesario caracterizar bien las realidades para actuar en consecuencia.
En particular creo que en estos años fueron muy importantes para nuestro país porque muchas voluntades populares, ideales olvidados y aspiraciones en algunos casos han sido concretadas (y espero que sigan existiendo) o han estado flotando en el aire, como una “sensación” mediática. Sí, también hubo mediatización de la política desde el kirchnerismo y eso, en un primer momento, los hizo crecer e inflarse el pecho pero hoy les está costando muy caro. Esas necesidades básicas satisfechas a gran parte de la sociedad, ese cambio de “paradigma” que nos hemos propuesto muchos (acompañando o no al Gobierno) se ve deliberadamente traicionado por el propio kirchnerismo. En gran medida lo que pone al kichnerismo y, por consiguiente, al campo popular, en una situación difícil, son sus propios pactos con el PJ, la persecución a los sectores en lucha, las relaciones poco “nacionalistas” con las grandes multinacionales automotrices, las empresas de agronegocios y la industria extractivista y un querer jugar en el Show de la política con un discurso progresista, republicano y defensor de las instituciones y hacer exactamente lo contrario.
La forma de construir espacios políticos del kirchnerismo finalmente desnudó su imposibilidad de sancionar una Ley de aborto legal, seguro y gratuito, de terminar con las ganancias extraordinarias de los grandes terratenientes, de terminar con las imposiciones de las burocracias sindicales y los estructuras de partidos políticos burgueses, patronales, traidores o como les guste llamarlos.
Incluso han sido tan perjudiciales para el campo popular que desconoce, de hecho, que los que pueden ser considerados logros en estos años, no se hubiesen podido lograr si no fuese porque eran demandas populares históricas. La derogación de la Ley de Radiodifusión de la dictadura, la Ley de Matrimonio igualitario, las asignaciones universales, los juicios a los genocidas, por citar solo algunos de estos logros, no existirían si no hubieran estado en una especie de agenda popular antes del 25 de mayo de 2003.
Los movimientos sociales, que fueron lo mejor que nos dejó el oscurantismo de los ’90, han sido llevados, sistemáticamente, a una relación de dependencia casi absoluta del Estado. Eso no es solamente algo que está condenado por cualquiera de los manuales de la izquierda, que en particular yo reivindicaré siempre, sino que además ha sido un techo para las demandas concretas de sectores populares y progresistas estén con el Gobierno o no lo estén. Esto debería ser considerado no sólo un problema de la política de los partidos “tradicionales”, sino combatirse hasta desarticularlo, porque sino hay campo popular con autonomía. Desde mi punto de vista, esto queda claro, si votamos a Scioli, votamos contra Macri y para conservar “el lugar del Estado”, pero también para ayudarlo a convencer a los punteros del PJ de que hagan campaña por él. Insisto, lo digo para tomar todos los elementos, no para lavar mis culpas por la decisión de votar en blanco.
Asimismo, la persecución a los sectores populares, la desaparición de Julio López, la muerte de pibes en los barrios como Luciano Arruga, de militantes sindicales como Mariano Ferreyra y las 51 muertes en la estación de Once están íntimamente ligadas a las propias estructuras de poder establecidas por el Gobierno en estos últimos 12 años. Nada pudimos construir desde el progresismo y la izquierda por incapacidad propia por fuera de los márgenes permitidos por los acuerdos concretos o implícitos del kirchnerismo con las burocracias sindicales y partidarias. Luchamos para que se sepa la verdad sobre estos casos, pero el Gobierno no se hace responsable de lo que le toca. Además no pudimos enterrar las enseñanzas de la dictadura en las “fuerzas de seguridad”, ya que el propio Gobierno jugó siempre un rol de mediador aunque se mostraba de “nuestro lado”.
En 2001 muchos salimos a la calle porque la clase política argentina estaba terminada y gran parte de la sociedad se ilusionó, en el segundo semestre de 2003, aspirando a que esto cambie. Ese objetivo no lo hemos logrado. Sigue siendo un problema difícil de resolver para el pueblo argentino y difícilmente se contrarreste con el voto a Scioli, ni que hablar con el voto a Macri. Gran parte de los que votaron, votaran y están llamando a votar a Scioli saben que esto no está resuelto. Aun así, me inspira respeto, que muchos quieran aferrarse a la defensa de lo que se consideran logros contra un muy probable regreso a “los años `90”. Aun así para que podamos crecer como pueblo es indispensables que entendemos que (votando a Scioli o en blanco) no podemos estar dentro de un año sosteniendo una visión de que lo táctico “está bien porque ahora…”.
Debemos continuar un proceso inacabado que se vió derruido en los últimos años dentro del progresismo y la izquierda: cómo salir de los dogmas y desde el pueblo construir estrategias verdaderamente revolucionarias. Aquellas experiencias de la izquierda independiente y los partidos troskistas, que antes y después de 2001 mostraron intenciones, aspiraciones y dignidades construidas por fuera de todo aparato partidario, también han fracasado en buscar puntos comunes para avanzar, y eso también debe ser debidamente revisado. Particularmente pensaba que este año interminable de votaciones finalizaría sin inconvenientes con Scioli como presidente. Pensaba eso después de la “crisis” provocada por la derecha en diciembre de 2013. Lo que parecía que era una salida airosa del Gobierno terminó siendo el principio de una debacle sin precedentes en la historia del PJ.
Gané o no el 22 de noviembre, el PJ tal como lo conocíamos, el kirchnerismo y todos sus espacios periféricos, están virtualmente destruidos. Quizás sea algo que tenía que pasar como pasó con la UCR hasta 2007. Ahora está definitivamente alineada con los sectores empresarios y terratenientes. Aquella histórica disputa entre Yrigoyen y Alvear, Frondizi e Illia está terminada. La UCR es abiertamente de derecha.
Hoy el PJ está en terapia intensiva y considero que ni el PJ ni la UCR tienen ya posibilidad de que se los referencie con los sectores progresistas y eso, entiendo, le dio valor al kirchnerismo a posicionarse en un lugar progresista estratégico. Así los personajes y las prácticas más rancias del PJ de Rucci, Vandor, Ruckauf, Duhalde, De la Sota, Reutemann, etc. le iniciaron una guerra pecho a pecho que parecen haber ganado el 25 de octubre.
¿Qué es la derecha en Latinoamérica?
Desde la teoría hay dos grandes cuestiones que no se resuelven para el pensamiento estratégico del progresismo y la izquierda en la Argentina: ¿Se puede romper la relación entre los sectores progresistas del peronismo y los aparatos más antipopulares del PJ?; ¿Puede existir una burguesía nacional? Podríamos decir que, estos 12 años de kirchnerismo, fueron otro intento por ganar la lucha histórica contra las burocracias sindicales y los gobernadores e intendentes que viven del asistencialismo, la persecución y la corrupción. Además el kirchnerismo podría leerse como un intento de construir una burguesía nacional que nunca existió o tuvo una breve existencia durante el primer peronismo.
Desde la práctica militante y política de todos los días y desde el día a día de la clase trabajadora, no pudo lograr ninguna de las dos cosas. Los sectores de izquierda popular y del trotskismo tampoco lo hicieron como oposición, de modo que estas dos cuestiones aún están pendientes. E incluso hoy podemos poner en duda si realmente alguna vez alguno de estos sectores quiso solucionar estas cuestiones. De modo que, en el Ballotage en realidad debemos saber fehacientemente que estamos votando entre derecha y derecha y que, si el kirchnerismo realmente tuvo posibilidades de volcarse al progresismo o la izquierda, y no lo hizo. Algunos dirán que los peronistas nunca harían eso, puede que tengan razón. En la práctica política, lo importante es que no lo hicieron. Por eso, considero que es fundamental saber que, votemos a Scioli o en blanco, la derecha implementará políticas antipopulares. Eso no es exclusivo de Macri.
Lo que distancia a Scioli de Macri también es sabido. Es el nivel de representación de los sectores poderosos en nuestro país. Esta representación, de todos modos, nos obliga a pensar, desde mi punto de vista, sobre dos cuestiones fundamentales para definir nuestro voto: ¿Hay algo que cambie nuestro voto sobre las relaciones comerciales y políticas que hay entre lo más rancio del PJ, la UCR y los poderosos en nuestro país?; ¿Se está recomponiendo la derecha que había retrocedido en la Argentina?
No solo la conquista de América con sus robos, negocios y genocidios, sino también los procesos de independencia de los países de nuestra región nos hicieron conformar en gran parte de nuestro territorio países que no tienen burguesías nacionales con vuelo propio. Chile, Argentina, Uruguay, Colombia y Venezuela, todo Centroamérica y México, según entiendo, son ejemplos claros de esto. Hay excepciones a esta regla pero, las burguesías en nuestros países continúan siendo agentes del colonialismo. El proceso relativamente abierto de Gobiernos “populares” en países como Argentina, Venezuela, Uruguay, Ecuador, Bolivia, etc. ha tenido altos y bajos. Por lo general, los altos tienen que ver con sostener políticas que los pueblos demandaban desde hace décadas (la nacionalización de hidrocarburos en Venezuela y del gas en Bolivia, por ejemplo) y los bajos, tienen que ver con suponer que los sectores empresarios y terratenientes no podrían, ante una fuerza popular que acompaña orgánicamente esos proyectos.
Sí podemos apoyar cierta idea de resistencia a los golpistas, asesinos y operadores de los intereses europeos y norteamericanos, pero no podemos creernos que el pueblo organizado apoya todos estos procesos. En Venezuela, Bolivia y Ecuador se pueden dar conflictos en esos términos, pero en nuestro país no hay forma de que el progresismo y la izquierda pueda suponer que “el pueblo” es kirchnerista y hoy aún menos que es peronista. Y esta es una novedad muy importante, desde mi punto de vista.
La derecha, en los últimos años, se dio cuenta de esto y fue abriendo pequeñas ventanas en diferentes lugares y varios de estos proyectos tambalean. Argentina y Brasil, los países más mirados de la región, son dos casos emblemáticos. En Brasil han forjado durante gran parte del siglo XX, un sector empresarial y una burguesía industrial muy “respetuosa” de las instituciones y de gran influencia en el equilibrio de la economía nacional y que hoy es capaz de cualquier cosa y está también en plena guerra con Dilma Ruseff. En Argentina nunca fue así, la burguesía industrial, casi totalmente volcada al negocio agropecuario, fue siempre aliada de los intereses extranjeros. Hoy también lo son y, mientras, “el campo” siga siendo el principal agitador de nuestra economía, lo serán. Estos sectores durante estos 12 años fueron forjando, poco a poco, una representación política en Macri, y lo han logrado. Hasta hace 1 año muchos creíamos que Mauricio no tenía forma de ser presidente. Hoy está a un paso. Empresarios del campo, financistas, el Grupo Clarín (que ya no solo tiene intereses en la Argentina) y grandes industrias que necesitan precarizar su mano de obra, fueron empujando a Macri. A fuerza de dinero, mentiras y políticas de impacto han podido posicionar a un candidato a pesar de que su lógica es que el Estado es simplemente un ordenador de los negocios de un pequeño grupo de poderosos.
Se supone que Scioli, en ese escenario, podría estar en otra posición por los diferentes sectores que le presionarían para mantener sus beneficios sectoriales: Los mismos empresarios a los que representa Macri, algunos sectores de la UCR que acompaña al PRO, los cuadros kirchneristas de gestión intermedia en organismos nacionales, provinciales y departamentales, las cajas de intendentes y punteros del PJ y la UCR. Todos sabemos igual que, en este escenario, más tarde o más temprano, Scioli sucumbirá ante las presiones de los poderosos. Principalmente podemos pensar así porque ni el kirchnerismo, que supuestamente está más a la izquierda que el ex menemista, tampoco lo pudo hacer.
¿Qué es la Patria Grande?
A 10 años del famoso No al ALCA encontramos un buen ejemplo de lo que quiero explicar. En los primeros días de noviembre de 2005 Chávez, Lula, Tabaré Vázquez y Néstor se le plantaron ante Bush y desarticularon una Cumbre de las Américas armada para fundir económicamente a nuestra región. Durante los últimos 10 años vivimos una supuesta realidad donde pintan a estos 4 presidentes hacedores de la “Libertad”. Pero esa libertad tiene dos “anécdotas” más para contar. Primero que desde las marchas de Seattle y los primeros meses de 2001 (por lo menos hasta donde recuerdo) en Buenos Aires, San Pablo y otras ciudades de América Latina hubo movilizaciones, reclamos y presentaciones de todo tipo para detener la implementación de los Tratados de Libre Comercio. Todo el año 2005 estuvo signado por la lucha “No al ALCA” y eso, también fue un elemento importante para detenerlo (por decirlo sin dogmatismos).
La construcción de un relato no preocupa, es solo otra muestra del carácter “progre” del kichnerismo. Lo que es preocupante es que se han forjado una forma de representación política a la que nos acostumbramos. Las estructuras militantes no se fortalecieron nunca hacia los barrios y hacia los que “menos tienen” si no hacia los cuadros intermedios que ocupan espacios de gestión. Esto no es sólo “un relato de la derecha”, es una realidad concreta que nos deja un país donde la militancia política es escuela de acceso a derechos y no espacios donde las personas pueden encontrar sus propias formas de luchar por lo que les corresponde. Eso es, en gran parte, falta de creatividad propia, pero también hay razones estructurales: entre militantes y “pueblo” pasamos gran parte del tiempo llenando formularios, gestionamos ante funcionarios que, por lo general, hace 10 años estaban en los barrios y los sindicatos con nosotros. Es verdad, esta puede ser una visión desde la militancia política, no desde “el pueblo” y eso se debe siempre al problema de cómo se estructuran los espacios de militancia. Pero cambiar las lógicas de la militancia popular también es una demanda importante. Es esa “batalla cultural” que el kirchnerismo dice que aún no ganamos.
Una de las tantas notas y opiniones que leí en estos días comenzaba de este modo: “…el nuevo escenario compromete a las organizaciones de izquierda: quedar al margen de la historia o sumarse al envión para frenar a la derecha”.
Yo no creo que sea así. Entiendo la importancia de estas elecciones y las diferencias que tienen Macri y Scioli, pero también creo que el progresismo y la izquierda tienen que salir públicamente a debatir cómo organizar una representación política real, concreta y con futuro revolucionario. Incluso creo que el FIT en vez de salir a decir “son los dos lo mismo” y “El FIT está creciendo”, debería llamar al debate e intentar un consenso entre sectores de izquierda. Todos los sectores y pequeños partidos de la izquierda debería convocar públicamente a debatir: ¿Cómo seguimos, cuáles son las estrategias que tenemos que desarrollar? Y, a patir de allí, ver si votamos en blanco o votamos a Scioli.
Ahora bien, después de todo esto, lo que ceo que debería pasar es que se radicalicen los procesos políticos en nuestra región. La mejor forma de defender lo obtenido es profundizar las políticas que los hicieron posibles. Los sectores de izquierda en Latinoamérica, si es que vale ya agruparnos de ese modo, no estamos pudiendo hacerlo. Con esta idea no estoy pensando en el famoso “cuanto peor mejor”, lo que entiendo es que no hay ningún elemento que me esté dando indicios para pensar que con Scioli “el país estará mejor”, todo lo contrario. Lo único que puede ser importante para tener en cuenta a la hora de definir un voto a Scioli es que podemos imaginar que con él, es más probable que durante 2016 los beneficios adquiridos de las clases populares no correrían peligro. Muchos suponen eso y entiendo que eso sea condicionante del voto. Lo valoro y creo que, estén en lo correcto o no, es importante que algunos progresistas voten pensando en eso. Personalmente creo que los logros económicamente pequeños y para muchas familias muy importantes que sean adquirido en estos 12 años deben defenderse pero con políticas programáticas, movilizados y la calle.
Por eso votaría en blanco, porque el 11 de diciembre de 2015 estaré peleando por los derechos de todos y eso creo que no es “quedarse afuera de la historia” es apostar a la organización real desde abajo. Realmente no hay nada que pueda sacar en limpio en los condicionantes que tiene Scioli para ganar. Eso no me convierte en dogmático sino que realmente apuesto a que finalmente, después del 19 y 20 de diciembre de 2001 podamos proponernos la tarea de conformar un espacios de poder desde la izquierda que apunte a los acuerdos programáticos y no a pelearnos para ver cuál es el programa correcto sino hacer el programa mientras militamos, debatimos y construimos poder.